Escrito el día 8 de junio del 2007
De nuevo amaneciendo. Si, el sol ya se cuela entre las ranuras de la persiana. Tan naranja y brillante como siempre. La temperatura en el cuarto aumenta considerablemente y casi no se puede respirar de lo caliente que está el aire. De fondo, una canción bastante triste. Y es que hoy de nuevo choqué con la realidad de mis días. Con la frialdad de este mundo en el que vivo. Cada vez me sumerjo más y más en ese inmenso charco, ese que una vez haces pie te es casi imposible escapar. Una misión, resurgir de mis cenizas, como el Ave Fénix, difícil tarea para un soñador como yo, pero claro, jamás se cumplirá ninguno de los sueños que guardo con tanto anhelo. Quedan todos ellos rezagados tras el color opaco de los malos momentos, de los minutos crudos que a uno le toca seguir soportando.
Sé que no hay salvación posible, pues descalzo me toca seguir en este suelo espinado, con los pies ensangrentados y asfixiado por los recuerdos de ciertos olores, ciertos perfumes que me vienen a la mente. Mis oídos se sienten perdidos ante tanto murmullo. Cada día, como música ambiente, aquellas palabras que, aun a pesar de ser hirientes, en su día fueron mi energía con la que combatir los segundos de esta triste vida. Mis ojos, pobres dando lástima. Venas ensangrentadas de no apartar la mirada del monitor cuya luz ciega mi vista y de nuevo en ese instante de desconcierto… mi alma se disfraza de caballero errante y sale de mi cuerpo. Imágenes llegan con retardo pero, las recuerdo. Menudos momentos. Lo tenía todo compañeros y ahora no tengo nada. Campanilla posada en el alfeizar de mi ventana me regala cada noche una de sus historias tan lucubradas, me maravilla con aquel país de Nunca Jamás, con las desventuras de Peter Pan, pero ¿cómo conseguir desprenderme del peso que soporto con un cuento cuando vivo sumergido en una pesadilla en la que imagino estar muerto? Y casi no me equivoco. Por fuera me mantengo fresco, mi cuerpo es joven y disfruto con el sexo. A todas las llevo al clímax profundo, al amor intenso, al alarido placentero, al llanto eterno, al calor máximo, a todas les acompaño de la mano, siempre dejando que ellas pasen primero por el Arco del Triunfo, a abandonar su estado tranquilo, por el del un colibrí intranquilo.
La comida no me satisface y no paro de comer para hincharme. El tacto casi símil de un cubito de hielo. Me siento enfermo, cansado de no poder hacer nada. Los besos y el postre, no saben a nada. Siempre pensando en lo mismo cuando estoy al lado de una fémina, llegar a su nuca y morderla, beber su sangre y regresar antes de que sea tarde. Acostarme en mi viejo ataúd y olvidar aquél amor pasado, aquél que dejé de lado para no arrastrarlo conmigo al infierno más hundido en el plano. Para no desequilibrar su punto gravitacional. Sé que sigue ahí, alguna de esas estrellas debe ser el brillo de su pupila, me observa y me cuida. Pero ya no está cerca, no me mima, no me aconseja, pero me escucha y haga lo que haga, nunca se queja. Señores, espero la estaca en mi pecho, rompiendo más si cabe mi corazón, pues entre cejo tengo el abandonar este mundo y regresar con los muertos.
El vampiro, Zekinash.
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