domingo, 7 de noviembre de 2010

Tres




Una tarde lluviosa me entretuve en mi camino mirando las estrellas que luchaban por mostrar su luz a través de la luminiscencia de las farolas de la ciudad. Las calles estaban vacías y era el único que deambulaba por las aceras. El resonar de mis bambas era el único ritmo que me invitaba a caminar. El aire estaba muy calmado, hasta que pasé cerca de uno de los portales. El más oscuro de toda la calle. Allí un cartón parecía tener vida propia, se movió y bajo de él salió un señor no muy limpio. Su mirada era penetrante. Sus ojos brillaban en la oscuridad con un color muy similar al del oro. Me dejó impresionado por lo que no pude apartar la mirada. Y me llamó; “Clemence, acércate. Tengo algo que contarte.” Parecía tan educado y culto y su mirada como decía era tan impactante y enigmática que no pude resistir la tentación de acercarme para saber que tendría que contarme un personaje tan llamativo como aquél.

Al estar a escasos dos metros de él, su olor me envolvió por completo. Pensaba que olería fatal. Un vagabundo no es limpio por naturaleza, si no que prefiere impregnarse de todo aquello que los rincones más ocultos de las ciudades, cada una de esas camas que fabrica o esos restaurantes metálicos que visita a diario le dejan en su piel tatuado a fuego. Éste era diferente. Olía a incienso, un olor tan fuerte que casi consigue marearme. El aire avanzaba ahora con fuerza y su voz era ronca y seca. Sus labios eran gruesos y su nariz puntiaguda. Su piel era muy morena y vestía con delicadas sedas bajo aquellos harapos. Iba ocultándose de las miradas indiscretas. Entonces me di cuenta que aquél extraño hombre no era un vagabundo. Puso su mano en uno de mis hombros y me invitó a sentarme. En cuanto me senté y el final de mi espalda estaba completamente reposando en el suelo frío de la calle, no noté el agua. Agaché la mirada y la acera se transformó en una hermosa alfombra roja con cientos de dibujos bordados con hilos de varios colores. Levanté rápidamente la mirada y todo se transformó. Entre él y yo había una mesa redonda a la altura de nuestro pecho con un plato dorado en la que descansaban una tetera y dos pequeños vasos metálicos cuyo brillo era capaz de hipnotizar a un ciego. Empezó a sonar música y unas bailarinas aparecieron tras una cortina enorme de lino. Vestían trajes muy coloridos a excepción de la bailarina principal. Ella iba toda de negro, a juego con su piel, su pelo y sus enormes ojos. Quedé completamente en estado de shock, no podía creer todo lo que estaba sucediendo. Estaba a punto de hacerle una pregunta al anciano pero él me cerró los labios con un solo gesto de silencio. Y comenzó ha hablar él.

“Bienvenido Tut. Estas de nuevo en casa. ¿Verdad que te sientes bien? Es normal, debes echar mucho de menos todo esto. Sé que sigues enamorado de la percusión, de los bailes de oriente, incluso de la música. Pero no es lo mismo que volver a revivirlo. Noto en tus ojos el brillo digno de un niño cuando recibe un regalo. Estás llorando, y es normal. Aquí dejaste mucho por hacer. Por eso quizás te encuentras en tu tercera vida ya. Quiero que mires hacia el fondo de la sala.” – Me invitó el anciano. –“Parece que no la recuerdas, pero haz un pequeño esfuerzo. Aquella mujer es la madre de tus hijos y a la que tanto amaste. Tan solo busca en su interior, abre la puerta que te brindan sus ojos, te deja un camino directo a su alma. Vamos, concéntrate un poco. ¿La recuerdas ahora?”
Entonces es como si de repente me hubiese enamorado. Me venían cientos de recuerdos junto a aquella niña, pues era muy joven, no creo que pasara más de 18 años, aun que si es cierto que tenía un temple digno de una mujer muy madura. Al mirarla una sensación de incomodidad y felicidad me inundó el pecho. En el estómago notaba como cientos de mariposas revoloteaban y mis manos sudaban tanto que no podía dar abasto para mantenerlas secas. Sentí de pronto unas ganas locas de levantarme y abrazarla, pero fue cuando como por arte de magia, un millón de escenas me bombardeaban la mente.

Lo primero que vi fue el amanecer. Era tan intensa la luz del sol, que mientras nacía el astro rey el cielo parecía en llamas. Las nubes todas con tintes anaranjados, rojos y dorados. El incendio celeste más maravilloso que jamás había presenciado. Estaba fascinado, pero en ese instante un olor me abrumó por completo y cobró el máximo de protagonismo. Giré mi cabeza sobre la almohada. Entonces me di cuenta que estaba recostado sobre una cama más propia de un rey que no de un chico normal de pueblo. Era muy suave y blanda. Daba sensación de estar rellena de plumas y recubierta por sedas muy caras y de tierras muy lejanas. Además olían como algo divino. Al planchar por completo mi oreja derecha sobre la almohada un mechón de pelo muy largo quedó a unos dedos de mi nariz. Cerré los ojos y me dediqué a olfatear y disfrutar de aquél espectáculo de aromas. Rosa, jazmín, loto, gardenia,… Ni idea, eran demasiados y yo no era muy entendido del tema, por lo que simplemente me deleité con aquellos olores. Notaba como mi corazón se aceleraba y como mi miembro varonil se erguía en pro del amor. Mi mano, muy tímida como de costumbre, se acercaba para acariciar aquellos cabellos tan rizados, brillantes y tan bien perfumados. La niña que yacía a mi lado despertó y se giró con tanta suavidad que hasta incluso me impacienté por ver su rostro. Cuando por fin pude mirarla a los ojos, me di cuenta que estaba ante la misma niña que se encontraba al final de la sala donde me hallaba con el anciano. Era todavía más guapa de cerca. Me miró y sonrió. Me tocó la cara con sus finas manos y me besó en la frente. Me dijo algo con una voz dulce y sensual, después se levantó de la cama. La única prenda que llevaba era un trozo de tela que utilizaba a modo de coletero. Estaba completamente desnuda. Sus cabellos rozaban sus caderas y casi la cubrían entera. Su piel dorada por el sol y brillante por los ungüentos que debía utilizar en sus baños me cautivó pro completo. Desapareció poco a poco, como si se desvaneciera, al mismo tiempo que aquel amanecer, el dormitorio y la cama. Se empezaba ha hacer de noche, y volvió la luz. En ese momento me encontraba sobre ella. Sí, éramos un solo ser, no había diferencias sobre nuestros físicos, pues ahora estaban unidos por el amor. Las miradas eran mucho más intensas y sus gemidos eran tan sensuales y femeninos que parecían suaves susurros en mi oído. Sus manos me agarraban la espalda con fuerza, clavando incluso sus largas uñas y sus labios sufrían los mordiscos que sus propios dientes le propinaban en cada remetida. Un vaivén embriagador que no parecía tener fin en cuanto a placer aportaba. Poco a poco nos acercábamos a la cúspide y el sudor nos cubría por completo. Parecíamos recién salidos de un baño con agua caliente. Pero cuando mi savia ardiente emigró a lugar prohibido se volvió a desvanecer aquella ilusión. De pronto aparecía sentado en una silla de mimbre enorme, con un bebé en mi regazo y dos niños más revoloteando por el campo. Un campo lleno de girasoles y hierba verde. El silencio no hallaba tregua con tanto alboroto. Y una mano en mi hombro me hizo perder mi concentración. Me giré y era de nuevo aquella niña de mirada penetrante. Estaba en todas partes y entendí que era mi esposa y la madre de aquellos niños. Yo era padre de unas criaturas preciosas y mi corazón ya respiraba aliviado aunque algo agitado por la felicidad que sentía mi alma.

Se volvió a desvanecer todo como por arte de magia y volví a la sala con el anciano. Entonces el me dijo; -“¿Ahora recuerdas? Lo que acabas de presenciar es tu primera vida. Pues tuvo fin hace ya muchos, muchos años. Ahora quizás verás el peor de aquel momento, sentirás incluso el dolor que consiguió llevarte la vida…”- Al terminar de hablar el anciano, como si de un flash se tratara viajé de nuevo al mundo de los sueños.
Estaba en un pueblo, mucha gente me aclamaba, vestía un traje digno de un faraón y montaba en un carro de combate lleno de oro y joyas, adornos tan caros que no podía apartar la vista de él. Hasta que mis niños y aquella mujer que tanto amaba se acercaron con lágrimas en los ojos a despedirse de mi. No sabía donde iba, tan si quiera si volvería, simplemente me dejaba llevar por el momento. Bajé del carro y con mis brazos abracé a mi familia, al menos en mis alucinaciones lo era. Mi mujer lloraba desconsolada, y entre tanta lágrima y llanto consiguió regalarme una sonrisa. Me cogió fuertemente la mano y dejó caer en mi palma un colgante. Era una estrella de tres puntas. Y al despedirse me dijo: -“Nos volveremos a ver.”- Yo le pregunté que cuando sería eso y ella me respondió: -“Pronto, muy pronto.”- Volvió a sonreír, cogió a los niños y se marchó. Monté de nuevo en el carro y viajé junto a millares de soldados por las dunas del desierto. Llegamos a un terreno apartado de toda civilización posible y allí se encontraba nuestro enemigo. A la espera del grito de guerra. No entendía nada, pero tenía que defender mi pueblo. Así que ordené que atacaran al invasor.

Una nube inmensa de polvo crecía tras las primeras líneas enviadas al campo de batalla. El contrincante tan rápido como pudo, mandó las suyas para que se bañaran en un charco de sangre junto a los míos. Avanzaba la batalla e íbamos perdiendo. Así que el batallón que estaba tras de mi, únicamente para protegerme, me sugirió que volviéramos al poblado en voz de su comandante para que no me atacaran y poder planear un nuevo contraataque. Pero en la línea de guerra todavía habían soldados que estaban dando su vida por todo nuestro pueblo, estaban rodeados por el enemigo. Éramos su única esperanza, así que les ordené que atacáramos todos juntos intentando disminuir la amenaza enemiga. Pero no me hicieron caso, agarraron mi carro y tomaron la dirección errónea, querían volver a casa en contra de mi voluntad. Así que levanté la espada, corté las correas que aquél comandante sujetaba para llevarme de vuelta a casa y me lancé contra el enemigo. Todos los demás me siguieron a la batalla y allí fue donde hallé el fin de mis días. Conseguimos mucha ventaja con respecto al enemigo, pero una flecha lanzada con mucha conciencia desde la retaguardia me atravesó la espalda y mi corazón. Todavía me quedaban fuerzas en el otro brazo y seguía asestando espadazos a todo aquél que se acercaba amenazador. Pero mi vista poco a poco se nublaba más y más. Solo me venían recuerdos a la memoria. A penas veía nada y entonces noté una segunda flecha, esta vez en el cuello. No podía respirar y caí en redondo al suelo. Mis soldados saltaron en cólera parecía que retomábamos el mando de la batalla pero nos era imposible. Nos doblaban en número. Y fueron cayendo de uno en uno. Ya en el suelo y sin poder respirar me dejé ir. Cerré los ojos y de pronto aquél olor a perfume me envolvió de nuevo. Una luz blanca iluminaba la estancia vacía y aquella niña de nuevo ante mis ojos repitiendo una y otra vez: -“Nos veremos pronto, muy pronto…”- Entonces volví en mí y al abrir los ojos estaba en la sala junto al anciano.

Respiré aliviado y poco a poco me calmaba. Fue cuando me sonrió y me dijo: -“Esto no es todo querido amigo. Lo que acabas de vivir fue solo el principio. ¿Quieres ver más?”- Yo con cierto temor le respondí que si. Aunque estaba acongojado, no sabía que más me deparaba aquél señor tan extraño. Agaché la mirada intentando recordar aquellos ojos tan preciosos pero me era imposible. –“Intentas guardar en tu memoria la cara de esa niña ¿verdad? Es imposible compañero, pues no estás enamorado de su cara, ni tampoco de su cuerpo, si no de su alma. Has de buscar en otro sitio de tu corazón para poder visualizarla. Pero no desesperes, vamos a dar un pequeño salto en el tiempo. Ella estará allí. Nos espera. ¿Me acompañas? –Yo no sabía que responder, me sentía confuso. Ahora empezaba a asustarme de verdad, pero, me armé de valor y accedí. Me pidió que cerrara los ojos y al abrirlos estaba en medio de una plaza medieval. –“Bueno Tut, ahora tendré que volver a lo anterior. Quizás esta parte de tu historia sea la más breve, pero no por eso menos intensa. Naciste muy cerca de aquí, en una familia muy pobre, pero tu padre era un herrero real. Me explico, se encargaba de hacerles las armaduras al rey y la nobleza. Los mejores guerreros las llevaban. Tú de niño, le caíste en gracia a uno de ellos y te enseñó el arte de la lucha. Poco a poco fuiste ganándote el respeto de la corte y aquellos que aseguraban tener sangre azul por sus venas. Combatiste en grandes batallas y llegaste a ser uno de ellos. El pueblo te quería tanto y te sentía tan próximo por ser de familia humilde que todos querían tenerte como rey. Eso al monarca de la época no pareció sentarle muy bien. Y envió a varios sicarios para acabar con tu vida. La corte se dividió en dos grandes ejércitos. Uno de ellos gobernado y dirigido por el rey y el otro por ti y los tuyos, pues nunca te gustó estar solo en el mando. Has sido siempre muy bueno en este aspecto, pues aprovechabas las ideas de todos tus aliados. ¿Ves aquella niña que hay junto el puesto de frutas? ¿La niña rubia de piel inmaculada y ojos celestes? Mírala bien.” –Entonces de nuevo aquella sensación. Como si me enamorara de repente de aquella niña. Un fuego en mi interior ardía tan fuerte que mis ojos escupían lágrimas. Caí de rodillas al suelo. Sentía tanto dolor que quería morir para encontrar de una vez la paz. Era horrible. Era tanto lo que sentía por ella que no cabía en mi pecho. –“¿Sabes por qué te sientes así? Presta atención a lo que tengo que relatarte:
Una noche, cuando estabais en campaña, te acercaste a esta misma plaza. Allí encontraste a esta niña. Nada más con mirarla a los ojos una sola vez caíste rendido a sus pies. Le dedicaste una mirada y le besaste la mano sin apartar la mirada de sus enormes ojos, medió inclinado hacia el suelo. Ella no dejó de sonreír y te invitó a levantarte. Te regaló una manzana y te besó en una mejilla inclinándose con la punta de sus pequeños pies. Tú te quedaste prendado y la invitaste a dar un paseo en tu caballo. Ella miró a su padre y él que rechazaba a todo pretendiente accedió. Toda la plaza se quedó muda. Parecía que por fin su padre había encontrado a un buen candidato para el puesto de hombre de la niña de sus ojos. Montó contigo al caballo y marchaste al medio del campo. Allí bajo un alcornoque de gran tamaño, le hiciste el amor y fruto de aquél momento íntimo nació vuestro único hijo. Niño que nunca conociste. Pues fue la única vez que yaciste con ella, que incluso la viste. Esa misma noche un guerrero encapuchado y bien armado se coló en tu campamento y te dio muerte. Tan cerca de la felicidad, con poder y dinero y de nuevo con tu alma gemela cerca de ti y sin embargo… Poco te duró…” –Yo seguía en el suelo, embriagado por aquél dolor tan intenso que me recorría el pecho y al mirar tenía un puñal clavado. Sangraba demasiado y me asusté. Levanté la mirada y vi de nuevo a aquella niña junto a un bebé. Lloraba desconsolada y yo sin poder hacer nada. De pronto cerré los ojos y cuando los volví a abrir estábamos de nuevo en mi calle, en aquél portal oscuro. El anciano bajo el cartón, medio escondido y entonces me dijo: -“Estas fueron tus dos primeras vidas, ahora te hayas en tu tercera. Mucho más fructífera que las dos anteriores, seguro, pero has de saber aprovecharla bien y mantener los ojos bien abiertos. Tu alma gemela está por ahí, oculta tras el bello rostro de la juventud, en un cuerpo de fémina cuasi perfecta, aunque a tus ojos seguro que lo es. No es difícil hallar la felicidad. Solo aprovecha cada instante como si del último se tratara y da la felicidad a los que te rodean. No desees lo negativo ni a tu peor enemigo y lucha siempre en pro del amor y como decís ahora los jóvenes, del buen rollo. Ahora vuelve a casa y recuerda, estás en tu tercera vida, aprovéchala.” –Pero claro, yo no creía ni una de esas palabras del anciano, así que le dije: -“Me parece una historia fantástica, hasta he sentido y he visto como si allí me encontrara todo lo que relatabas, pero no creo en vidas pasadas. Esta es mi primera y única vida. De todos modos me ha encantado pararme ha hablar contigo. Gracias por tu historia.” –El viejo no contento con mi reacción me dijo: -“Pero no te das cuenta que te he llamado por tu primer nombre, el de tu primera vida, luego por el nombre que tuviste en tu segunda vida y respondías como si del tuyo actual se tratara… Te llamas Alex ¿verdad? Si todo esto fuera un bulo, ¿por qué demonios ibas a responder al nombre de Tut o al nombre de Clemence? Sólo hay una respuesta, los tres sois el mismo hombre.”

Volví a casa pensativo, pero tenía razón, ni me di cuenta que me llamaba por un nombre distinto al mío actual. ¿Por qué le haría caso?...

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